Olas en Lobitos (Piura). Foto: Goyo Barragán

 

Escribe Carolina Butrich / Coordinadora de proyectos de Conservamos por Naturaleza

 

 

 

El Perú es un paraíso para los amantes del surf. Tres mil kilómetros de costa permiten contar con playas que ofrecen todo tipo de rompientes: aquellas que se activan con las crecidas del norte (como Cabo Blanco y su ola perfecta) y las que se transforman con las del sur (como Chicama, ni más ni menos, la izquierda más larga del mundo). Mientras tanto, a lo largo de todo el año, existen playas con olas ideales para expertos y novatos, tantas y en tal cantidad que este podría ser, por lejos, el deporte nacional. Como si fuera poco, dos mil años de tradición atestiguan el profundo vínculo que une a los peruanos con su mar.

En las últimas décadas, el deporte del surf ha crecido significativamente y ha regalado importantes triunfos al país, desde que Sofia Mulanovich conquistó por primera vez el campeonato mundial en 2004. A este primer mérito se suman el primer campeonato mundial obtenido por Felipe Pomar en 1965, el campeonato bolivariano 2012, el campeonato mundial por equipos del 2013 y el campeonato en los Panamericanos de Lima 2019. Lamentablemente, muchos de estos logros se obtienen a pesar del escaso apoyo del Estado y las difíciles condiciones para la práctica de un deporte que debería ser insignia en el Perú.

A pesar de que oficialmente el Perú cuenta con una política de promoción del surf como deporte y como atractivo turístico, la realidad nos muestra todo lo contrario. Casi todas las playas con olas famosas carecen completamente de infraestructura básica (por ejemplo servicios higiénicos y señalización), muchas son inseguras a tal grado que visitarlas implica un riesgo enorme, sin contar con que la mayoría se va cubriendo con cerros de basura frente a la inacción de las autoridades.

Pero no todo son malas noticias. En 2013 el Perú se convirtió en el primer país en el mundo con un sistema legal para proteger sus olas. En solo 7 años, la Ley de Rompientes ha asegurado la conservación de 33 olas a lo largo de nuestro litoral. Este éxito sin precedentes nació como una iniciativa ciudadana liderada por Conservamos por Naturaleza de la SPDA y la Federación Nacional de Tabla. Gracias a este esquema innovador, los propios surfistas recaudan los fondos necesarios que se requieren para inscribir cada ola en el registro nacional de rompientes, y se convierten —mientras disfrutan de su deporte favorito— en custodios permanentes del mar al garantizar su conservación a largo plazo. Al mismo tiempo, al proteger las rompientes (espacios de muy alta biodiversidad, como lo evidencian estudios científicos) se asegura la salud de los ecosistemas marinos, beneficiando a poblaciones locales y actividades como la pesca artesanal.

[Ver además ► HAZla por tu Ola: SPDA gana Premio Nacional Ambiental 2020]

Cabo Blanco (Piura). Foto: Goyo Barragán

¿Cuál debería ser el rol del Estado? La naturaleza nos ha dado casi todo lo que necesitamos para convertirnos en un destino mundial de surf. Sin embargo, se requiere que el discurso se transforme en acciones concretas: promoción e información adecuadas, servicios básicos que funcionen a través de contratos con la población local (baños, vigilancia, expendio de alimentos y bebidas), seguridad, infraestructura elemental (decks o plataformas, duchas, casilleros), apoyo a academias locales a lo largo de la costa. En suma, que los peruanos empecemos a mirar a nuestro mar como un ente generador de beneficios y riqueza, pero que requiere no solo respeto y dedicación, sino también una inversión adecuada a sus necesidades.

Muchos países con menos atractivos para el surf que los nuestros han logrado integrar a este deporte en sus políticas públicas. Costa Rica, con un territorio 25 veces más pequeño que el Perú, basa su economía en los ingresos del turismo. Uno de cada cuatro turistas llega hasta este país centroamericano para disfrutar de sus olas. Y ejemplos como este son numerosos: Indonesia, Hawaii, Australia e incluso Brasil, han apostado por mejorar los servicios vinculados a esta práctica, lo que ha generado beneficios a comunidades locales, deportistas y al país en general.

¿Cómo podemos participar los ciudadanos en esta revolución del mar? Apoyando campañas como Hazla por tu Ola, dirigidas a proteger nuestros espacios marinos, consumiendo localmente y mostrando a las poblaciones aledañas que el turismo de surf es una alternativa interesante para mejorar su calidad de vida. De este modo, las olas pueden brindar beneficios no solo a quienes las disfrutan sino también a quienes han crecido junto a ellas.