Por Isabel Calle / directora ejecutiva de la SPDA
La próxima Conferencia de las Partes de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP30) se realizará en Belém do Pará, Brasil, en el corazón de la Amazonía. Que esta cita global ocurra en un país sudamericano es una invitación a mirar hacia uno de los bosques más grandes del planeta y reconocer que el futuro del clima se juega también en nuestros territorios. Brasil y Perú comparten la mayor parte de la cuenca amazónica, un sistema vivo que regula el clima, produce agua y alberga una biodiversidad única.
Pero la Amazonía no es solo un ecosistema, es un territorio de saberes. En Brasil, Perú y en toda la región, los pueblos indígenas han cuidado y transformado el bosque con conocimiento, espiritualidad y tecnología propia. Hoy, la comunidad científica lo reconoce: el último informe del IPCC destaca que los procesos que integran los conocimientos indígenas, locales y científicos son fundamentales para un desarrollo resiliente y sostenible. Reconocer y articular estos saberes es esencial para diseñar respuestas climáticas efectivas y justas.
De cara a la COP30, Perú llega con varios desafíos. El país debe acelerar acciones concretas hacia la descarbonización, incrementando la participación de las energías renovables no convencionales en la matriz energética, generando incentivos adecuados para la incorporación de vehículos eléctricos que reemplacen a los de combustión interna, y desarrollando agendas urbanas con propósito de sostenibilidad y responsabilidad climática. Estos avances técnicos deben ir acompañados de mayor articulación, financiamiento y participación ciudadana, especialmente de las comunidades que viven y dependen directamente de los ecosistemas.
La COP30 es una oportunidad para reafirmar el liderazgo ambiental de América del Sur, y para mostrar que el conocimiento, la acción climática y la justicia pueden y deben caminar juntos. Desde el Perú, tenemos la responsabilidad de seguir construyendo soluciones basadas en la naturaleza y en las personas, asegurando que nuestras decisiones contribuyan a un planeta más justo y resiliente.
Finalmente, a ese optimismo con el que debemos llegar a Belém, se suma un avance significativo e histórico desde el ámbito de la justicia internacional, a través de las recientes opiniones consultitvas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, Países Bajos, que reconocen no solo la situación de emergencia climática en el que vive el planeta sino también las obligaciones de los Estados frente a la emergencia, incorporando un elemento crucial: el reconocimiento del derecho a un clima sano como un derecho humano.
La COP30 debe construir sobre este gran logro, consolidando el vínculo entre derechos humanos, justicia climática y acción efectiva para el futuro común que compartimos.