Debido a su larga duración y recorrido, la propia NASA definió a la ola de Chicama como “un lugar de ensueño para surfistas”, por lo que fue trascendental convertirla en la primera ola protegida legalmente en el Perú, lo que requirió un minucioso trabajo: se recopila información batimétrica para la elaboración del expediente técnico. Solo con estos estudios, una ola puede ser registrada en el Registro Nacional de Rompientes (Renaro). Sin embargo, se necesitan fondos para que esto se realice, ahí aparece HAZla por tu Ola.
Tal como cuenta el documental “A la Mar” (2018), la lucha por cuidar las olas inició con lo sucedido en La Herradura (Chorrillos), playa que perdió su increíble oleaje tras la ejecución de obras (carretera). Luego de esto, cuando se conoció la construcción del muelle en el arrecife donde nace la ola de Cabo Blanco (Piura), los surfistas iniciaron protestas. Pese a esto, la obra se concretó y no logró una mejora para los pescadores, pero sí la disposición de la Marina de Guerra para determinar las olas que debían protegerse.
Así, pues en 2000 el Perú se convirtió en el primer país con una Ley de Rompientes y desde 2013 esta cuenta con un reglamento impulsado por la Asociación para la Conservación de Playas y Olas del Perú (ACOPLO), la FENTA, deportistas y grupos para la conservación del medio ambiente como Conservamos por Naturaleza de la SPDA. Estos protectores de nuestras olas continúan trabajando por recolectar fondos para lograr conservar un mayor número de rompientes, los cuales son amenazados por la construcción de infraestructura que dañaría su curso.
La FENTA ha identificado rompientes ubicados en playas de la Costa Verde, Punta Hermosa, Punta Rocas, en Lima; Huanchaco y Pacasmayo en La Libertad, pero para lograr su protección se necesita de presupuesto, dado que no existe un fondo de parte del Estado. Gracias al trabajo conjunto entre líderes de olas, organizaciones del sector privado y la SPDA, año a año se vienen recaudando fondos para la elaboración y presentación de expedientes para poder inscribir a estas en el Renaro y, con ello, también proteger a los deportistas y a comunidades que dependen del turismo, así como reducir el impacto en las especies que habitan en el área, limitando actividades que dañan la vida silvestre.
Foto: Pepe Romo